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En un libro clásico sobre la Administración española, el profesor García de Enterría, en 1960, a propósito de la organización y sus agentes, al describir el proceso evolutivo de la función pública española entre los siglos XIX y XX, señalaba como causa cierta de la degeneración del modelo corporativo la congelación por el mísero Estado liberal durante muchas décadas de las retribuciones de los funcionarios. Una penuria que llevó a fenómenos de prebendalismo y parasitismo, que se manifestaron con la aparición de las cajas especiales, nutridas por tasas de los cuerpos funcionarios, y el fenómeno de las compatibilidades de diversos cargos públicos y de éstos con actividades privadas.

En la actualidad, no podemos decir que estemos ante administraciones empobrecidas sino, por el contrario, dotadas de generosos presupuestos, como tampoco podemos afirmar que el status de los funcionarios, en general, esté por debajo del sector privado. Sin embargo, sigue, vigente el prebendalismo y el parasitismo en el empleo público en grados notables, lo que demuestra que no es por el lado de aumentar las ventajas sino del rigor en la gestión y la disciplina funcionarial, como ocurre en el sector privado, lo que, en defensa de las Administraciones Públicas y del interés general, se echa en falta.

Parasitismo, en términos generales, dado el bajo nivel de productividad y excesivo número de funcionarios por habitante, que en España alcanza la cifra de un funcionario por 18 habitantes y que en algunas Comunidades Autónomas, como el caso de Extremadura, llega a la media de un empleado público por 4 habitantes. En total pasan de dos millones y medio los empleados públicos, de los cuales la mitad son autonómicos, y la progresión sigue en aumento. Unas cifras excesivas si se tienen en cuenta los fenómenos de liberalización del sector público y el creciente fenómeno de externalización de servicios que ha liquidado la gestión directa por la Administración pública de numerosas funciones y actividades, convirtiéndola en "el gran poder adjudicatario" de obras y servicios públicos que asume el sector privado.

El prebendalismo, ni antes ni ahora, es un fenómeno general, sino que va por cuerpos de funcionarios o niveles de Administración. Sería injusto afirmarlo con carácter general, pues sigue presente en gran medida en algunos grandes cuerpos de funcionarios, donde la permitida compatibilidad de actividades entre el sector público y el privado lleva a sus miembros a considerar el empleo público como una prebenda que exige escasos esfuerzos y que permite reservar los mejores afanes para las actividades privadas.

Este cuadro de inflación funcionarial con sus secuelas de parasitismo, prebendismo, politización y desigualdad hace que también sea cada vez mayor y más profunda la diferencia de status entre los empleados públicos y los trabajadores del sector privado. Una preferencia que sin duda irá en aumento tras tan generosa LEBEP, que no intenta siquiera curar ninguna de las patologías tanto tiempo consentidas.

Por todo ello, y lamentablemente, no podrá decirse de nuestros empleados públicos en términos generales, la frase con que Churchil honró a los pilotos de la RAF que defendieron con sus vidas el cielo de Inglaterra frente a las bombas alemanas en la II Guerra Mundial: "nunca tan pocos hicieron tanto a tan alto precio". Por el contrario, y salvo muy honrosas excepciones, numerosas en el bajo funcionariado, lo más probable es que, tras el Estatuto, podrá seguir afirmándose de los empleados públicos españoles -y no por su culpa sino básicamente por la de quienes los dirigen y de normativas como las hasta ahora vigentes y las contenidas en la LEBEP- que "nunca tantos hicieron tan poco con tan altos presupuestos".

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