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3.1. La supremacía del poder político sobre la Iglesia: Luteranismo y Anglicanismo

En el siglo XVI, mientras en la Europa cristiana, el final del Medievo, del Cisma de Occidente y del conciliarismo, parecían abrir una época de convivencia pacífica entre los Estados y la Iglesia, en una línea dualista, todo el resto de religiones son claramente teocráticas. En China y Japon, los emperadores eran hijos de los dioses, y en el Islam no se conocía la distinción entre las esferas sobrenatural y temporal, y un código religioso regía a la vez la vida religiosa y la civil.

En ese mundo de contrastes se da un hecho inesperado, la Reforma protestante, que alterará el curso de la historia religiosa y política occidental, dando paso a un nuevo sistema de relaciones estado-iglesia, más allá del cesaropapismo pero sin llegar a la teocracia.

Lutero sustituye el supremo poder papal por un sistema de iglesias nacionales, regidas por un príncipe, siendo la cabeza del estado el iglesia, así podrían incautar para si los bienes de la iglesia recabando su apoyo; atrajo así a muchos príncipes de países provocando la ruptura de la unidad de la iglesia y confusión en una misma persona de poder estatal y eclesiástico. Se propugna que Dios ha delegado en los reyes el gobierno de los reinos y de la iglesia, lo tienen por derecho divino, dependiendo solo de dios.

Enrique VIII atacó con tanta fuerza la reforma luterana que el papa le concedió el título de Defensor fidei, título que los reyes ingleses continúan ostentando. Pero diversos avatares, entre ellos el querer divorciarse de Catalina de Aragón, llevaron a Enrique VIII a romper con la Santa Sede y finalmente a crear la Iglesia de Inglaterra, de la que él se proclamó cableza: una solución luterana adoptada por un enemigo de Lutero, que dio lugar al Anglicanismo, que Enrique VIII impuso a la fuerza, mediante la persecución contra los católicos. Su base es el no reconocimiento del primado papal y atribución al rey de la cabeza de la Iglesia, estando mas cerca que el Luteranismo del catolicismo.

3.2. El principio "cuius regio eius religio"

El luteranismo se desenvolvió a través de luchas concluidas con tratados de paz. En la paz de Augsburgo de 1555 se pacta que cada señorío tiene que seguir la religión de su príncipe.

Si la paz de Augsburgo, que autorizó a cada príncipe a imponer su religión a sus súbditos, fue un asunto interno del imperio, la paz de Westfalia de 1648 extendió el principio "cuius regio eius et religio" a prácticamente toda la cristiandad occidental. Fue la paz que puso fin a la guerra de los 30 años, la guerra religiosa del siglo XVII que intenta consolidar el catolicismo.

A partir de Westfalia, mientras perdura la teocracia islámica y oriental, en el Occidente cristiano se borran definitivamente las huellas hierocrática y cesaropapista, para ser sustituidas por el sistema de la confesionalidad estatal, apoyado en la unidad religiosa de cada uno de los reinos europeos.

3.3. El Regalismo de los países católicos

La paz de Westfalia es el triunfo de la tesis luterana "cuius regio eius et religio", según sea la religión del príncipe así será la de su pueblo. Los protestantes la aceptaron porque era el modo de garantizar la adhesión a la Reforma de todos los territorios cuyos príncipes se hubiesen convertido al luteranismo; los reinos católicos la admitieron porque les permitía cerrar sus fronteras a la difusión de la herejía. A partir de entonces, se consagra la idea de que adoptar una religión distinta a la oficial del país constituye un delito de naturaleza política, surgiendo persecuciones en toda Europa, víctimas y grandes migraciones.

Los países que optan por el protestantismo quedan en manos de sus príncipes, pero en los católicos se reconoce la autoridad del papa y jerarquía eclesiástica con poderes independientes al político, en el marco de una Iglesia dotada de una unidad superior a los reinos y las fronteras.

Los príncipes católicos participaban, ellos también, de la idea del absolutismo regio, el sistema vigente en toda Europa durante parte del siglo XVII y todo el XVIII.

Tras la paz de Westfalia surgió en ellos una doctrina nueva, la que denominamos Regalismo, que defendía una fuerte limitación de los poderes religiosos de la Santa Sede y de la restante jerarquía eclesiástica. Tales poderes quedaron reducidos a favor de los príncipes católicos hasta el máximo extremo posible. Los príncipes europeos optaron por mantenerse católicos, respetaron la fe y el poder de la Iglesia en materias espirituales, pero se apoderaron del control de la propia Iglesia en cuanto les fue posible.

En todo caso, la Santa Sede tuvo que prohibir y tolerar a la par la asunción de derechos eclesiales por los monarcas; prohibiendo en la doctrina y tolerando en la práctica.

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