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5.1. Preliminar

Roma ha conformado con sus propios mimbres esta realidad multisecular nuestra que llamamos España. Una realidad sociopolítica que, siglos más tarde de haber sentido la presencia político-administrativa y cultural de la civilización romana, sentirá la necesidad de constituirse, configurándose como una nación que precisa ser dotada de una estructura jurídica estatal.

Afirmar que Roma conquista España constituye un evidente error. No son españoles quienes se enfrentan a las legiones romanas, sino turdetanos, ilergetes, celtíberos, vacceos, etc.

Sólo cuando, tras la pacificación augustea toda esa diversidad de pueblos y culturas se fundieron, Roma hizo surgir una unidad política, Hispania.

Una de las ramas de la civilización romana fue la antigua Shepham-im de los fenicios y la Iberia de los griegos: un territorio mítico en el que se contempla el ocaso del sol, allí donde Hércules formó sus columnas y venció al monstruoso Rey Gerión, en suma, el finis terrae tras el cual se abría el misterioso y proceloso Mar-Océano.

La romanización en la península será tan rápida que Hispania se convertirá en una de las más brillantes provincias romanas. Aportará gran abundancia de productos agrícolas y riquezas mineras; proporcionará pensadores y emperadores ilustres tales como Séneca o Quintiliano, Trajano o Adriano y en su territorio se librarán cruentas guerras civiles entre Pompeyo y Julio César.

Contrariamente a lo que cabría suponer las guerras civiles entre las tropas de César y los ejércitos de Pompeyo, en vez de provocar un efecto distanciador y de rechazo de la civitas contribuyen, de forma decisiva, a hacer a Hispania cada vez más romana.

En suma, Hispania se identifica con Roma y fruto de ello se asemeja y emula a la civitas, en suma, se civiliza.

Hispania dejará de ser romana, como consecuencia de la conquista de los pueblos visigodos cuando Eurico, Rey visigótico, deja de reconocer la soberanía del último Emperador de Occidente. Rómulo Augústulo, en el 476, depondrá las armas ante Odoacro y se producirá la caída del Imperio de Occidente.

Los distintos pueblos y reinos godos que, inmediatamente, pueblan las diversas regiones de España no se alejan mucho de las realidades socioculturales que estaban presentes en la Hispania romana.

La presencia goda en nuestro suelo comienza en el año 418 d.C. en el que este pueblo recibe del poder romano licencia para instalarse en el territorio peninsular, de acuerdo con las Leyes de la hospitalidad. Los Monarcas Germanos no tundan España sino que la reciben.

La invasión musulmana produce una disgregación, de la unidad nacional gótica recibida de la romana, que se inicia en el 711.

Y cuando parecía que la huella romana había desaparecido, los reinos cristianos logran, paulatinamente, reconquistar la península. Fruto de esta segunda romanización nuestra península vuelve a tener una unidad común a todos sus pueblos y comienza a conformarse la Historia moderna y contemporánea de la España actual.

5.2. Roma arriba a Iberia

Roma penetra con sus legiones en la península ibérica en el año 218 a.C. Estrabón manifiesta que es difícil determinar de forma precisa cuantos y cuales sean los pueblos pobladores de Iberia debido al pequeño tamaño y entidad de los mismos y a la falta de rigor de que adolecen los textos por él consultados. En ese año 218 a.C, las tropas de los Escipiones se disponen a atacar e intentan derrotar al enemigo cartaginés. Se inicia así la Segunda Guerra Púnica. Es entonces, como recuerda Livio cuando Hispania es adscrita por el Senado como provincia romana. La resolución senatorial reviste el carácter de una simple decisión militar. Se asigna el imperium a Publio Cornelio Escipión. La decisión del Senado de Roma se limita a configurar una zona de interés militar situada más allá de los Pirineos. En el 206 a.C. los cartagineses son expulsados definitivamente de la península. Este mismo año, los generales Cornelio Lentulo y Manlio Acidímo fueron investidos de imperium pro consulare. En el 197 a.C. el doble mando militar fue sustituido por dos propraetoribus a los que el Senado encomienda que delimiten el territorio de cada una de las provincias Citerior y Ulterior.

La nueva regulación senatorial establece como frontera provincial el Saltus Castuionensis, de Cástulo, actual Jaén.

Cástulo establece con Roma un foedus que la convierte en ciudad libre e inmune, parcialmente, del pago de tributos. En contrapartida se compromete a albergar una guarnición romana y a proporcionar tropas en caso de conflictos bélicos.

5.3. El marco provincial de Hispania

Al llegar César al poder en el siglo I a.C. se encuentra con catorce provincias, de las que siete están en territorio europeo y de ellas dos en el territorio peninsular denominado Hispania: son éstas, la Hispania citerior, con capital en Cartago nova y la Hispania ulterior, con capital en Corduba.

A partir del año 27 a.C, la administración del Imperio se asigna a Octavio Augusto el control peninsular.

Augusto se traslada a España durante los años 26 y 25 a.C. Convierte a Tarraco en la nueva sede del gobierno de la Hispania citerior, que antes estaba en Cartago nova. La nueva capital tenía la ventaja de que dominaba toda la zona del Ebro y las comunicaciones con el Noroeste de España y con los Pirineos.

Los astures, cántabros y vacceos insumisos, obligan a Roma a mantener una guerra de más de ocho años. El sometimiento total de la península Ibérica se produce en el año 19 a.C. La Hispania ulterior presenta una manifiesta dualidad. Podía distinguirse entre una zona meridional y una zona occidental.

Por ello se considera conveniente desdoblarla en dos provincias independientes: la Bética y la Lusitania. No se conoce con certeza la fecha de esta división, aunque la mayoría de la doctrina entiende que debe referirse al año 13 a.C.

La inestable situación militar en el norte y este de la península, provoca la construcción de numerosas calzadas debido a la necesidad del rápido desplazamiento de los contingentes militares. Será en tiempos de Diocleciano cuando sólo se mantenga en Hispania la Legio Septima Gemina.

Por el contrario, el sur peninsular que conforma la Bética se consolida rápidamente un intenso proceso de romanización. Las tropas militares que se mantienen no obedecen a necesidades bélicas, sino únicamente a medidas defensivas frente a eventuales ataques de los piratas del Rif.

La Bética estaba gobernada por un procónsul designado para un mandato anual. La triple división provincial va a mantenerse a lo largo de casi dos siglos.

En el siglo III d.C. se constituye la diócesis Hispaniarum encomendada a un Vicarius del Prefecto del pretorio y pasan a integrarse en la prefectura de la Galia. La antigua citerior se divide en tres: Tarraconensis, Carthaginensis y Gallaecia; y la antigua ulterior continúa dividida en dos: Lusitania y Baetica. Se añade a ellas una sexta provincia, la Mauritania Tingitania y posteriormente, en el 385, d.C. se configura la séptima, que será la Balearica.

5.4. La ciudad, base de la administración hispana peninsular

A partir del concepto de civitas, Roma se expande y se reproduce en los territorios que conquista y se organizan desde un punto de visto político-administrativo a imagen y semejanza de la urbe, es decir, de la Roma capital.

El concepto de civitas se encuentra integrado por dos dimensiones: una urbana y otra sociopolítica. El Imperio romano se expande y conforma la civilización y la cultura.

En pleno apogeo del Principado, distintas ciudades preexistentes de la Bética asumieron la condición jurídica de municipios. Roma suplanta a través de su nuevo régimen ciudadano el orden existente en diferentes núcleos de población de origen púnico o griego.

Las colonias fueron ciudades de nuevo cuño fundadas por Roma. En algunos casos, la población de las mismas procedía de proletarios de la urbe que ven elevado su status social al convertirse en propietarios agrarios. En otros casos, las colonias de la Bética se conforman con veteranos legionarios.

La primera en amoldarse a los usos y costumbres romanos fue la Bética. Su causa principal obedece, muy principalmente, a que Roma favorece a la Bética con numerosas fundaciones de ciudades. Los avances más relevantes se dan en dos etapas sucesivas: en primer lugar, la que comprende la época de la Julio César y Augusto; en segundo lugar, la que se corresponde con la etapa de la dinastía de los Flavios.

A fines del siglo I a.C. son muchas las ciudades de la Bética que, aún sin poseer un estatuto jurídico romano, presentan ya un aspecto urbanístico y un ambiente social totalmente romanizado.

En tiempos de Augusto ya había crecido de forma importante el número de ciudades que alcanzaron el estatuto de municipio. Puede cifrarse en unos cincuenta los municipios de ciudadanos romanos y otros tantos los que habrían recibido el derecho latino. Según Plinio, a fines del primer siglo del Principado, en la Bética se contaban 175 ciudades.

A la cabeza de los municipios romanos de la Bética figuran Corduba (Córdoba) y Gades (Cádiz). Gades ocupa por mucho tiempo el lugar preeminente en la Bética siendo el emporio económico más importante en su comercio con Italia.

Ya en tiempo de Augusto contaba en su seno con unos 500 caballeros romanos. Era además la capital del convento jurídico que llevaba su nombre. Merecen también especial mención entre los municipios de la Bética, Malaca y Salpensa.

El rasgo más característico de la romanización del territorio peninsular hispano es la fundación de diversas colonias que se lleva a cabo sobre todo a partir del año 45 a.C. Suetonio afirma que se asentaron más de 80.000 ciudadanos romanos. En un principio existen colonias de ciudadanos romanos, que eran las más importantes y también colonias de Derecho latino.

La primera fundación colonial en la Bética fue Itálica, fundada por Publio Cornelio Escipión en el 206 a.C. con el fin de proporcionar tierras a sus veteranos. La establecida en Hispalis (Sevilla) es tomada por César con la confiscación de sus campos. Otras colonias romanas representativas en la Bética son: Urso (Osuna), Ucubi (Espejo) y Hasta (Mesa de Asta).

En su estadio inicial, el estatuto de colonia en la Bética surge como un castigo de César frente a diversas poblaciones que en las guerras civiles habían apoyado a las tropas de Pompeyo. En tiempos más evolucionados este estatuto fuera codiciado ya que a él aspiraron muchas ciudades ya constituidas y reguladas jurídicamente.

Se puede hablar de colonias titulares, que se hacen frecuentes en época de Trajano y Adriano. Un ejemplo elocuente de esta categoría de colonias en la Bética lo representa Itálica a quien Adriano le concede el derecho colonial.

Dión Casio refiere que Itálica debe tal privilegio por haber nacido en su suelo los Emperadores Trajano y Adriano. Son los emperadores Flavios quienes inician una política preocupación por los territorios provinciales.

Las provincias de Hispania reciben un decidido reconocimiento. La ruptura con el monopolio de los privilegios ciudadanos a favor de Italia se manifiesta de forma notoria con la concesión del ius latii a Hispania. Esta medida adoptada por Vespasiano, estaba sin duda plenamente justificada por los grandes niveles de romanización existente.

Para algunos autores, solamente determinadas ciudades peregrinas, sobre todo de la Bélica, se configuran como municipios flavios. La concesión del estatuto de municipio latino convertía en latinos a una gran parte de la población libre y además producía la posibilidad de la concesión de la ciudadanía romana per honorem.

El ius latii de Vespasiano establece las bases estatutarias para la integración en la ciudadanía romana de grandes masas y posibilitó que muchas ciudades abandonaran el uso del Derecho local para reglamentar su vida conforme al orden jurídico romano. Dado el carácter anual en el desempeño de las magistraturas la práctica totalidad de las oligarquías locales gozaron de la ciudadanía romana.

Cada nuevo municipio contaban con una Ley que reglamentaba su funcionamiento. Una Ley Flavia Municipal, que sería el marco general en la que se inspirarían las concretas Leyes municipales de la Bética. Roma nos lleva pues, a la unidad legislativa; nos da la lengua latina; pone en labios de nuestros oradores y poetas el hablar de Cicerón, etc… España debe su primer elemento de unidad en la lengua, en el arte, en el Derecho, es decir, al latinismo, al romanismo.

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