2.1. La Administración militar
En la cúpula de la administración militar durante los siglos XVI y XVII figura el Consejo de Guerra. Sus competencias se vieron limitadas de una parte por las superiores del Consejo de Estado y por las propias de algunos de los restantes Consejos como los de Hacienda e Indias.
La única secretaría del Consejo se desdobló en 1586 en dos, de Mar y Tierra. Durante el siglo XVI el Consejo aparece como un cuerpo cada vez más especializado. Se crean juntas con jurisdicción determinada, como la Junta de Galeras o la Junta de Indias.
En la base, la administración militar contó con unos funcionarios que tenían a su cargo la distribución de armas, pertrechos y dinero.
En el siglo XVIII las competencias centrales fueron progresivamente asumidas por la Secretaría del Despacho correspondiente. En 1705 aparece la Secretaría del Despacho de Guerra y Hacienda y en 1714 surge una Secretaría del Despacho o Ministro de Guerra independiente. La Secretaría del Despacho de Guerra y la de Marina se diferenciarían a partir de 1721.
Los capitanes generales asumen en sus provincias, con el poder civil, la máxima autoridad castrense. En lo relativo a las jerarquías militares, Felipe V reformó el sistema, fijando cuatro clases de oficiales generales: capitán general, teniente general, mariscal de campo y brigadier.
2.2. Las milicias y su reclutamiento
A) Régimen bajo los Austrias
Los Reyes Católicos habían formado un ejército genuinamente nacional. El largo asedio musulmán exigió grandes movilizaciones de tropas. Los desórdenes internos dieron lugar a un cuerpo armado estable, la Santa Hermandad, pero su función de salvaguardar la paz pública la convirtió de hecho en una especie de policía rural que con el transcurso del tiempo cayó en decadencia.
Tras el intento fallido de Cisneros por construir con las Compañías de ordenanza cierta especie de ejército territorial permanente, la expansión política de la monarquía no fue acompañada de una ordenación sistemática de las milicias y su reclutamiento. El Consejo de Guerra establecía los distritos de reclutamientos y designaba un capitán para cada uno de ellos. Éste instaba la sede para el alistamiento y procedía a pregonar el llamamiento a filas, cuyo éxito dependía tanto de s esfuerzo y capacidad persuasiva, como de las ventajas económicas que pudiera garantizar.
En caso de traslado a lugares lejanos, criterios de seguridad, economía y orden, aconsejaron la formación de convoyes de varias compañías, bajo la autoridad y control general de un comisario.
La monarquía llegó a contar con la mayor fuerza armada de Europa. La mayor parte de esas tropas fue organizada en regimientos, mientras los españoles quedaron encuadrados en los celebérrimos tercios, cuerpos castrenses que en la historia militar de Europa simbolizan lo que los franceses llamaron "el triunfo del infante".
Los tercios contaban de un número variable de compañías, compuesta casa una de 250 soldados agrupados en diez escuadras. El éxito de los tercios radicó en el calor y adiestramiento de los soldados, como en su disposición sobre el terreno y en las depuradas tácticas de que hicieron uso en el combate.
B) Régimen en el siglo XVIII
Entre las primeras reformas militares borbónicas destacaron la creación de otros tercios llamados ahora regimientos, así como un sistema de quintas. La implantación del servicio obligatorio tropezó con tres dificultades. En primer lugar, con lo que significaba extender el criterio uniformista a los reinos de la Corona de Aragón. En segundo lugar, hubo que vencer la anquilosada mentalidad de unos funcionarios que no
secundaban en la práctica las nuevas medidas. Finalmente, fue ostensible la resistencia de los municipios, acostumbrados a proveer por sí mismos el cupo que tradicionalmente tenían asignado.
Carlos III llevó a cabo importantes reformas y mejoras. Junto a la creación de la Academia de Artillería de Segovia y el fortalecimiento y reorganización de las milicias provinciales, el monarca implantó un régimen de quintas anuales.
2.3. La Armada
A principios del siglo XVI la flota de galeras en el Mediterráneo era exigua. En las galeras servía un mundo variopinto de gentes, la llamada chusma, compuesta por cautivos y prisioneros de guerra. Todos compartían unas condiciones de vida sumamente precarias.
En el Atlántico el problema no era el de las galeras, sino el de los galeones; es decir, la necesidad de disponer de buques para la guerra directa, para asegurar el tráfico indiano de las remesas de oro y plata. La constitución de una flota bélica permanente tuvo muchos que ver con el enfrentamiento y guerra con Inglaterra. Felipe II hubo de programar una flota bélica estable con la construcción de doce nuevos galeones.
Con los Borbones tuvo lugar el verdadero fomento y reorganización de la marina de guerra. Fueron constituidos los departamentos marítimos y se estableció en 1737 la institución del Almirantazgo.
La madurez reformista se alcanza con Carlos III, en cuyo reinado la armada cuenta ya con un respetable volumen.
Desde 1796, en el reinado de Carlos IV, se da la etapa última de desconcierto y decadencia. Al compás de los desastres marítimos proliferan nuevas ordenanzas e instrucciones. En 1807 reaparece el Almirantazgo.