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Una verdadera organización de los saberes que garantice su especificidad teórica, la de sus objetos y la de los métodos que le son adecuados, ha de articularlos según dos criterios de inteligibilidad principales:

  1. Todo saber propio de una cosa es, además, un comportamiento humano, que compromete la responsabilidad de quien lo ejerce, es decir, los aspectos teoréticos no son separables de los éticos, aunque unos y otros puedan deslindarse desde el punto de vista del conocimiento. Ejemplo: un genocidio puede ser teóricamente la solución más racional y eficaz a un problema de superpoblación, pero casi nadie cuestionaría su perversidad desde el punto de vista ético.
  2. Todo saber se refiere a una realidad, una existencia; es decir, todo saber va necesariamente dirigido hacia el ser de su objeto, y éste no puede quedar nunca reducido al método empleado para conocerlo, que no es sino un instrumento. La carencia de esta certeza en la mayoría de los trabajos de investigación actuales implica una cierta degradación de los saberes humanísticos iniciada ya hace siglos: degradación que no sólo tiene consecuencias en el ámbito teórico, sino también en el práctico. La multiplicación de los métodos no aporta, por sí misma, garantías de un mejor conocimiento.

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