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El jurista en la vida romana era un ciudadano de clase noble, que en su casa y en el mundo ajetreado del foro respondía a las preguntas de todos los que tenían necesidad de un consejo jurídico, pero también aconsejaba sobre negocios privados, como la dote que el padre debe dar a su hija.

Al jurista sólo le importaba aquellas reglas claras, precisas y sencillas que sirven para resolver problemas de la vida cotidiana. La actividad jurista no obtenía un lucro o interés económico.

Los pretores y los jueces privados, que no tenían especial preparación jurídica, requerían los servicios de estos juristas.

La jurisprudencia opera un desenvolvimiento del ordenamiento jurídico, pero nunca un cambio revolucionario, y ello porque todos los juristas mantienen un pensamiento y una idea constante: la de que el derecho no puede ser originalidad y elegancia, sino más bien justicia y oportunidad.

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