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El sistema de función pública que, aunque alterado o degenerado, nosotros hemos heredado se desarrolla sin duda en el siglo XIX, en clara oposición a la doctrina oficial liberal que rechaza la idea de una burocracia permanente.

La pregunta ineludible es: ¿cómo fue posible que frente a las bases doctrinales antiburocráticas se aceptase a lo largo del siglo XIX un modelo de función pública que llevó a un funcionariado inamovible estructurado en poderosos cuerpos de funcionarios?

En primer lugar, en España se impuso un principio constitucional, el de mérito y capacidad, para acceder a los cargos públicos, que hacía jurídicamente inviable o dificultaba notablemente el sistema de botín de nombramientos y ceses discrecionales. Este principio se recogerá en la Constitución de 1837 y en las posteriores, hasta llegar al art. 103 CE-1978.

El funcionario permanente y profesionalizado fue también, con carácter general, una exigencia funcional del Estado moderno, un instrumento imprescindible para atender al funcionamiento regular de los servicios públicos y de los ejércitos nacionales. Frente a la ingenua creencia en la innecesariedad de la formación específica para el desempeño de funciones públicas, el corporativismo de servicio apuesta por la excelencia de la formación, sobre todo el Estado asume la carga de la prestación de grandes servicios públicos, como es el caso de las obras públicas, los montes, la enseñanza, la policía, la sanidad, el correo, etc; o debe atender funciones públicas de gran complejidad, como las propias del sistema tributario o de la justicia. Todo lo cual lleva consigo la existencia de una formación y preparación ad hoc para el ingreso en el servicio público profesional, algo que nunca pudo ni puede satisfacer al completo la insuficiente formación derivada de las titulaciones académicas.

Con el paso del tiempo, el sistema de función pública se justificará también, por su capacidad de prevención del riesgo de una apropiación de los instrumentos de poder por un solo partido político y como vacuna definitiva contra la lucha despiadada entre las diversas opciones partidarias a que conduce inexorablemente el modelo liberal del spoil system.

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