Para Gadamer, el autor más importante de la hermenéutica, lo propio de las llamadas "ciencias" humanas o del espíritu se halla en esa experiencia histórica ineludible, primordial, de la que el texto y el intérprete participan, puesto que tanto uno como otro son producto de ella, todos crecemos y nos hallamos permanentemente inmersos en ella, hablamos desde y en ella... Del mismo modo, este es el aspecto ontológico de la hermenéutica, irreductible a cualquier molde epistemológico, sea naturalista o de otro tipo. Sólo a partir de él se puede hablar de una verdad que Gadamer contrapone al método y que presenta los siguientes aspectos:
- es siempre lingüística,
- no escinde arbitrariamente el sujeto del objeto, el intérprete del texto de su autor, el hecho del derecho, y
- no se halla determinada de antemano por el método con que nos acerquemos a ella.
Esta reconquista de la dimensión histórica la expresa Gadamer así: la historia me precede y adelanta mi reflexión; yo pertenezco a la historia antes de pertenecerme. La historia como experiencia dada es, pues, el hecho fundamental, irreductible a cualquier manipulación positivista que pretenda eliminar el carácter histórico que nos construye.
Pero la concepción de la hermenéutica de Gadamer también rompe la unidad que persigue la hermenéutica entre los aspectos ontológicos y epistemológicos, entre la verdad y el método, entre la comprensión y la explicación. Así, según Gadamer, más que de verdad y método se podría hablar de verdad o método: o se practica la actitud metodológica (o epistemológica), lo cual llevaría a perder de vista la densidad ontológica de la realidad estudiada, o se practica la actitud de la verdad, pero entonces habría que renunciar a la pretensión de objetividad en las "ciencias" humanas.