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La historia de Roma continúa en Oriente en el Imperio bizantino, que perdura hasta la conquista de Constantinopla por los turcos en el año 1456, y alcanza su máximo esplendor con el Emperador Justiniano (del año 527 al 565 d.C.). Nacido en Terensium, en la Iliria, que había dado ya otros emperadores, hijo de un campesino, Sabacio, reunía las cualidades de paciencia y tenacidad propias del montañero y agricultor. Justino, hermano de su madre, que pertenecía a la guardia imperial de Anastasio, lo llevó a Bizancio, donde lo educó. Al morir Anastasio le sucede Justino, que asoció en el trono a su sobrino, al que adoptó llamándole Justiniano. Éste contrajo matrimonio con Teodora, una bailarina circense, a la que Justino elevó, como a Justiniano, al rango de Augusta.

Dotado de un elevado espíritu de romanidad, Justiniano concibió el propósito de restaurar la unidad del Imperio, para lo que se sirvió de las victorias militares de Belisario y Narcés, y la unidad de las leyes. Cuando muere Justino queda Justiniano como emperador, actuando Teodora como corregente. Su obra de gobierno se basa en una firme fe religiosa y en un amplio sentimiento de clasicismo, que le llevó a realizar la magna compilación del Corpus Iuris, en el que reúne los iura, obras de los juristas clásicos y las leges o constituciones imperiales. Gracias a esta magna compilación conocemos la parte más importante del Derecho Romano.

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