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La situación actual evoluciona claramente hacia una ampliación del abismo entre los ricos y los pobres y a una concentración cada vez mayor de los recursos en unas pocas manos.

Es frecuentes la creencia de que conforme el aumento del nivel de vida en los países no occidentales vaya consolidándose, sus regímenes políticos irán evolucionando hacia formas democráticas, que redundarán en un progresivo respeto a los derechos. En la célebre profecía de Fukuyama sobre el fin de la historia, esta situación, comenzada con el fracaso del modelo socialista, se asociaba a una expansión mundial del modelo occidental a todo el planeta y a la consolidación imparable de los modelos económicos de libre mercado y los político-jurídicos de tipo democrático. Sin embargo, esto resulta cuestionable:

  1. En primer lugar, tal supuesta extensión universal del sistema democrático bajo la forma universal de los derechos resulta engañosa, pues lo que se expande en realidad es el sistema de libre mercado, progresivamente liberado, gracias a la desregulación financiera, de las ataduras del Estado de bienestar.
  2. En los países beneficiados por el fenómeno mundializador la riqueza tiende a crecer, pero suele concentrarse en pocas manos; e incluso en aquellos cuya población se ha enriquecido de forma notable, no es infrecuente encontrar estructuras políticas feudales, absolutamente negadoras de muchos de los derechos más elementales. En la actualidad, la mayoría de los estados beneficiados por los flujos de capitales poseen sistemas sólo formalmente democráticos o no los poseen en absoluto.
  3. Asimismo, en los países occidentales, que tradicionalmente actuaron como vanguardia en la defensa de los derechos, la situación se ha deteriorado de manera considerable, como consecuencia de la primacía de lo económicamente viable. Y no resulta sensato esperar una evolución positiva por parte de aquellos estados del tercer mundo que encuentran su único beneficio en su capacidad de explotar diferencialmente a su propia población.
  4. La información tiende a concentrarse en pocas manos en el proceso de mundialización: la supuesta libertad para fundar medios de información, de la que depende el pluralismo en que se funda toda democracia, resulta ilusoria ante las prácticas de unas pocas empresas que la generan y distribuyen en régimen de oligopolio. Y el único canal que permite hacer circular la información de forma realmente democrática, la Red, se halla controlado y sometido a prácticas que, con el pretexto de la seguridad, violan la intimidad de millones de ciudadanos en todo el planeta.

En resumen, existe la sospecha de que la mundialización no es lo que pretende ser, una concurrencia de todos los agentes económicos del planeta en un mercado común con capacidad para distribuir adecuadamente los recursos. Y ello se debe a que quienes dictan las reglas de esa concurrencia, las grandes empresas transnacionales, no miran por otros intereses que los suyos propios. Se ha hablado, por ello, de la mundialización gobernada.

Es posible que los mismos mecanismos generados por la mundialización sean, en buena parte, los responsables de la imposibilidad de conseguir una mejora de la situación mundial en materia de derechos humanos.

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