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Resulta interesante referirse aquí a un célebre debate entre Gadamer y Habermas.

Según Habermas no se puede aceptar la realidad de manera ingenua, como hace Gadamer, sino que es preciso detectar cuanto de ideología y de opresión manipuladora se halla incrustado en los textos históricos, de tal modo que, al desvelar aquellas, puedan liberarse las fuerzas transformadoras de la realidad. La pureza de la realidad a interpretar debe ser decidida por la comunidad de intérpretes, pero constituye un error darla previamente como supuesta fundándose en que así es la estructura de toda comprensión.

Por su parte, Gadamer responde que la hermenéutica no se justifica porque desenmascare ocultas manipulaciones de poder presentes en las relaciones sociales. Es algo así como aceptar primeramente que uno está en el juego para, eventualmente, poder alterar luego sus reglas; en cambio, el pretendernos ajenos a él no nos facilita una crítica efectiva, por muy libres de prejuicios que se nos presente. Para Gadamer, en suma, en la pretensión de hablar desde más allá de los prejuicios, de la experiencia histórica en la que nos encontramos y que nos constituye necesariamente, hay ya un prejuicio: el de que es posible liberarse de él.

Resumiendo, si aceptamos la visión hermenéutica, nos insertamos en el devenir histórico al cual nos sabemos pertenecientes; si optamos por el epistemológico habermasiano, oponemos al estado actual de la comunicación humana falsificada la idea de una liberación de la palabra, de una liberación esencialmente política, guiada por la idea-límite de la comunicación sin trabas y sin distorsiones, que hace abstracción de la experiencia histórica.

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