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La evaluación de los costes del monopolio exige comparar sus resultados con los de un mercado de competencia perfecta. En aquellas situaciones en que el mercado es perfectamente competitivo, sabemos que el equilibrio se alcanza donde la demanda se cruza con la oferta, y que ésta, a su vez, representa el coste marginal de la producción. En los mercados de monopolio la empresa elige aquella cantidad en la que el coste marginal iguala (se cruza) con el ingreso marginal. Una vez determinada la cantidad producida por el monopolista, su precio de venta se obtiene a través de la curva de demanda. Dicho en otros términos, el monopolista puede decidir qué cantidad ofrecerá en el mercado, pero son los demandantes quienes establecen el precio máximo que pagarán por esa cantidad. En las formas de competencia imperfecta (como el oligopolio: concentración de la oferta de un sector industrial o comercial en un reducido número de empresas) la cuestión clave es evitar que las distintas empresas alcancen, mediante acuerdo, los resultados del monopolio.

En la siguiente figura se representa un mercado con una oferta horizontal, para comparar los resultados del monopolio y la competencia perfecta.

 

Consideremos inicialmente que el mercado es de competencia perfecta. En estas circunstancias, el precio y la cantidad vendrían dados por el punto de equilibrio E, (cantidad QC y un precio PC). El consumidor obtendría un excedente marcado por el triángulo delimitado por los puntos E, PC y el de intersección de la curva de demanda con el eje vertical.

Si el mercado fuera un monopolio, con los mismos costes que las empresas de competencia perfecta, entonces, la empresa elegiría la cantidad QM, correspondiente al punto A donde el ingreso marginal se cruza con el coste marginal, vendería esa cantidad a un precio PM y como consecuencia el consumidor vería reducido su excedente al triángulo marcado por los puntos M, PM y el de intersección de la demanda con el eje vertical.

De esta forma el consumidor sufre una pérdida de excedente que viene representada por el área del trapecio delimitado por PM, M, E y PC. Sin embargo, no toda esta pérdida de excedente para el consumidor representa un auténtico coste social.

En efecto, el área del trapecio puede dividirse en dos zonas:

  1. El área del rectángulo PM PC A M se calcularía como la base por la altura. La base del rectángulo es la cantidad que vende el monopolista, mientras que la altura es la diferencia entre los precios de venta del monopolista y del mercado de competencia perfecta. Es decir:
    • Área del rectángulo = Base x altura = QM (PM – PC).
    • Ahora bien, el precio del mercado de competencia perfecta coincide con el coste marginal, y éste, a su vez con el coste medio. Usando esta información podemos rescribir la fórmula anterior como:
      • Área del rectángulo = QM (PM - CME).
    • La diferencia entre el precio de venta del monopolista y el coste medio de fabricación nos dice cuánto gana el empresario por cada unidad que vende. Al multiplicar esta diferencia por el número de unidades, estaremos calculando los beneficios del empresario.
    • De esta manera, el rectángulo que consideramos es una pérdida de excedente del consumidor que se convierte en beneficios para el empresario. En la medida en que lo pierde uno, lo gana el otro, no podemos considerarlo una pérdida para la sociedad, que nos parecerá más o menos injusta, pero no es un coste social.
  2. El área del triángulo M A E representa una pérdida de excedente para el consumidor que no se apropia el monopolista. Esta área es el auténtico coste social del monopolio y puede calcularse del siguiente modo:
    • Área = ½ Base x altura.
    • La base es la diferencia entre las cantidades que se venden en competencia perfecta y en monopolio. La altura es la diferencia en los precios. Por tanto, el área es:
      • Área = ½ (QC – QM) (PM - PC)

En el análisis que hemos realizado, hemos partido de la base de que el monopolista tiene los mismos costes que el mercado de competencia perfecta. Lo cual no es realista, en la medida en que empresas de superior tamaño pueden producir a un coste más bajo (se dice en este caso, que el empresario dispone de economías de escala). El hecho de producir a un coste inferior, beneficia a la sociedad, ya sea porque el producto se puede vender a un precio más bajo o porque el monopolista obtiene beneficios.

Con la finalidad de explicar con más detalle esta cuestión, consideraremos el gráfico siguiente, donde representamos las curvas de demanda, ingreso marginal y costes marginales de competencia perfecta (indicado por índice CP) y del monopolista (M).

En esas circunstancias, el beneficio para el monopolista está representado por los rectángulos A y C y la pérdida de excedente para el consumidor se indica por el trapecio formado por las áreas A y B. De ésta manera, podemos distinguir tres áreas distintas:

  1. El área A, representa beneficio para el monopolista, obtenida de una pérdida de excedente para el consumidor. Se trata de una cuestión de distribución de renta y no de eficiencia económica. Podemos evaluar esta área como:
    • (PM - PCP) · QM
  2. El triángulo B representa la pérdida de excedente de consumidor que no se apropia el empresario. Constituye un coste de bienestar para la sociedad. El valor de esta área será:
    • ½ · (PM - PCP) · (QCP - QM)
  3. El rectángulo C representa los beneficios para el empresario obtenidos por su capacidad para reducir los costes con respecto a los de la industria de competencia perfecta. Significan una ganancia pura para la sociedad. El área de éste rectángulo será:
    • Área = (CMeCP - CMeM) · QM

El monopolio resultará eficiente si la ganancia pura excede a la pérdida de bienestar, es decir si el área del triángulo B es menor que el área del rectángulo C.Formalmente es eficiente sí:

  • ½ · (PM - PCP) · (QCP - QM) < (CMeCP - CMeM) · QM

En aquellos casos en que el monopolio sea ineficiente, puede justificarse la intervención pública. Esta puede adoptar formas muy diversas, entre las que citamos las siguientes:

3.1. No intervención

Desde un planteamiento cercano a las posiciones liberales, se ha defendido que lo mejor es que el sector público deje tranquilo al empresario. La idea es que si el monopolista obtiene grandes beneficios, tal hecho acabará atrayendo a nuevos competidores al sector, lo que, finalmente terminará convirtiendo el monopolio en un mercado competitivo (ejemplo, mercados que inicialmente eran monopolios, desde el bolígrafo a las fotocopiadoras, y que en la actualidad son más próximos a mercados de competencia).

Una variante de esta postura es la llamada teoría de los mercados disputables. En opinión de Baumol, Panzar y Willing, basta con que el monopolista se vea amenazado por la posibilidad de que entren otros competidores en el mercado que le puedan arrebatar su posición privilegio. En efecto, si suponemos que el empresario que suministra el bien o el servicio es un monopolista en virtud de una concesión administrativa (ejemplo, típico en líneas de autobuses o líneas aéreas), pero sabe que en cuando haya una propuesta a un coste inferior, perderá la concesión a favor de la otra empresa, entonces procurará no subir los precios para no perderla. Obviamente, si el monopolista no sube los precios por encima del coste medio, entonces no se daría ninguna pérdida de excedente para el consumidor.

3.2. La legislación antitrust

Esta alternativa tiene sus orígenes en dos tipos de leyes norteamericanas.

  1. La Sherman Act prohibía los monopolios y los abusos de una posición monopolista. La prohibición inicial se vio matizada por la aplicación de la llamada rule of reason (o regla de la razón), que defendía que la prohibición sólo debía aplicarse a los monopolios que no fueran razonables, es decir, aquellos monopolios que no se justificasen por que el empresario fuera más eficiente. En cambio la prohibición de prácticas abusivas (discriminación de precios, contratos en los que se venden dos productos simultáneamente…) sí ha tenido continuidad y, podemos encontrarla reflejada en la legislación mercantil tanto europea como española.
  2. La Clayton Act y la Federal Trade Commissión Act pretenden evitar la formación de monopolios a partir del acuerdo o fusión de empresas independientes. En el primer caso, se trata de impedir la creación de un cártel (o la existencia de acuerdos para la fijación conjunta de precios) el reparto de los mercados en áreas geográficas servidas de forma exclusiva por un único empresario, etc. En el segundo, se someten las fusiones de empresas a una evaluación por parte del sector público de las consecuencias de esa unión sobre el grado de competencia del mercado.

3.3. El establecimiento de impuestos

Esta alternativa consiste en dejar que el monopolista disfrute de su posición de dominio en el mercado pero, al mismo tiempo, someterle a un impuesto que permita al sector público apropiarse de sus beneficios. De este modo, el excedente del consumidor que había obtenido el empresario podría serle devuelto, al menos en teoría, a través de la acción del Estado. Esta solución explica que algunos impuestos se hayan denominado monopolios fiscales (como CAMPSA).

3.4. Fijación de un límite a los beneficios

Otra posibilidad consiste en dejar operar libremente al empresario pero indicarle que su cifra de beneficios no puede exceder un determinado límite. Se trata así de incentivar que el monopolista no marque precios excesivamente altos para no superar el límite fijado a los beneficios. La forma habitual de establecer el límite es considerar que la cifra de beneficios (B), dividida por el capital invertido por el empresario (K) tiene que ser menor o igual a un límite (s). Es decir:

B / K = (IT - TC) / K = (p · Q - w · N - c · K) / K ≤ s

donde p es el precio del producto, Q la cantidad vendida, w el salario pagado a los trabajadores, N el número de empleados, K el volumen de capital utilizado, y c el coste del mismo.

El problema que plantea esta solución es el denominado efecto Averch-Johnson que tiene dos manifestaciones:

  1. Una tendencia al despilfarro para aumentar los costes totales y rebajar así la cifra de beneficios.
  2. El empleo de equipo capital, en detrimento del factor trabajo. Tanto la contratación de trabajadores como la compra de nuevas máquinas aumentan el coste y, por tanto, reduce los beneficios.

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