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3.1. Estructura social

En el estado hispano musulmán sería fundamental el logro del equilibrio étnico ya que la invasión supuso la presencia de varias etnias bajo un mismo control político. De un lado estaban los bereberes, mayoritarios en número y ocupando fundamentalmente las montañas. De otro los árabes, menos numerosos pero con mayor nivel económico, que vivían en las ciudades y ocupaban las tierras de regadío que cultivaban los neomusulmanes (hispanos que se convirtieron al Islam: muladíes) y los arrendatarios cristianos libres (mozárabes). Junto a ellos los judíos, que permanecían al margen.

La estructuración social está determinada por el parentesco, etnia y religión. Así se diferencian los árabes, élite dominante, y los bereberes o potencia militar, tratados de inferiores por aquellos que pese a ser más numerosos y procedentes de diferentes tribus que se agrupaban en diferentes clases:

Una clase baja formada por el exarico, arrendatario de tierras a perpetuidad a cambio de una renta fija que era libre y podía enajenar su parcela en cualquier momento.

El muladí (los más numerosos) se puede asimilar al encomendado y que era la forma en que los mozárabes describían este estatus.

La clase media no existía, ya que sólo por linaje, o entrando en la burocracia militar se accedía a la aristocracia. Lo único que se puede asimilar a una clase media son los juristas o alfaquíes.

La clase alta era la nobleza y aristocracia de carácter tribal y militar.

Cristianos y judíos (y cualquier religión monoteísta) encontraban su ámbito de protección en el Corán al pertenecer a los llamados "Pueblos del Libro" que si bien estaban excluidos de participar en el poder político, tenían un particular estatus jurídico inferior, pero que gozaban de la protección de la justicia. Podían convertirse en protegidos y a cambio de un tributo conservaban su autonomía.

Al llegar el 1010 podían distinguirse tres etnias o banderías (Taifas): beréber, esclavos y andaluces (englobando a musulmanes árabes y andaluces ibéricos) controlando múltiples territorios o Reinos de Taifas.

3.2. Vida económica

La estructura económica de la España musulmana fue peculiar: el desarrollo del comercio en las ciudades y de la industria manufacturera, lo más característico en el aspecto agrario, la explotación y el régimen de la tierra presentaron elementos visigodos.

Hay que resaltar la aparcería (o aprovechamiento a medias) como la forma en que se va a explotar la mayoría de los grandes latifundios. Los cereales, la vid, olivo, árboles frutales y plantas de todo tipo (textiles, aromáticas, exóticas) fueron los cultivos predominantes. En Levante los árabes practicaron un sistema especial de regadío procedente de Mesopotamia que permitió la horticultura y el desarrollo de nuevos cultivos hasta entonces inexistentes en la Península.

Los árabes se asentaron en las llanuras, y los bereberes prefirieron los territorios montañoso de ahí que se desarrollara el pastoreo la ganadería. Lo más destacable de la civilización musulmana en la península fue el grado de desarrollo de las ciudades.

Se desconoce bastante la ganadería andalusí, aunque la cría caballar tuvo gran importancia.

Las explotaciones mineras se centraron en el oro, la plata y el hierro, junto con el cobre, bronce, alumbre y mármol, en menor medida. La sal marina y la sal gema, junto a las manufacturas textiles, de base artesanal, fueron importantes fuentes de ingresos.

La actividad económica por excelencia fue el comercio, que se desarrolla en todas las grandes ciudades y que supuso la adquisición de un nivel considerable de actividad mercantil e industrial. También el comercio exterior estuvo muy evolucionada, en especial con Oriente, existiendo importantes puertos comerciales como el de Almería y una marina mercante desarrollada.

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