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La palabra “persona” nació dentro de la jerga teatral griega de la época clásica para designar la máscara que se ponían algunos actores para que se les identificase mejor con su personaje. En la época clásica y postclásica, dicho término se utilizó en ocasiones para designar a lo que suele llamarse en la actualidad “personalidad jurídica” o conjunto de derechos y deberes de un determinado sujeto.

La delimitación del concepto "personalidad jurídica" fue objeto de sucesivas revisiones que han dado lugar a que la doctrina se haya dividido entre dos caracterizaciones básicas: la que la ve como una realidad natural o cuasinatural y la que la define como un producto plenamente artificial. Sin embargo, parece que puede ser vista también como una creación técnica que ha girado en torno a los elementos centrales de la personalidad natural.

Durante muchos siglos se mantuvo la convicción generalizada de que la personalidad jurídica era un atributo propio de todos los seres humanos.

Hoy, tener “personalidad jurídica” equivale a estar en posesión del principio o poder que convierte a algunos actores de la vida social en sujetos protagonistas de la compleja trama de interacciones jurídicas. A estos protagonistas se les llama “personas jurídicas”.

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